Durante años cargué con un peso que me apagaba por dentro. Me sentía sin rumbo, con pensamientos que me desgastaban y una voz interna que me decía que no era suficiente. Ese quiebre me obligó a mirar hacia adentro, a perdonarme, a sanar y a resignificar mi pasado.


Gracias al coaching, la respiración, la crioterapia y hábitos conscientes, entendí que el dolor no es un final, sino un portal. Descubrí que lo que más duele puede transformarse en mi mayor fuerza.

Hoy vivo con un propósito claro: acompañar a quienes sienten ese vacío o esa falta de dirección, recordándoles que no están solos y que tienen el poder de cambiar la forma en que miran su realidad. Cuando cambiás tu mirada, cambia tu mundo.